M.- Primero crea que sirve, y luego servirá. Y no piense que hacen falta grandes cosas; ya ha visto que, a veces, basta un simple ramo de rosas para salvar una vida. Usted, por lo pronto, tiene una sonrisa encantadora.
I.- Gracias, muy amable.
M.- Cuidado, entendámonos: no es una galantería, es una definición. Le estoy hablando como director, y mi deber es convertir esa sonrisa, que no es más que encantadora, en una sonrisa útil.
I.- ¿Cree que una sonrisa puede valer algo?
M.- Quién sabe. ¿Ha pasado alguna vez por detrás de la cárcel?
I.- ¿Para qué? Es una baldío triste, lleno de hierro viejo y basura.
M.- Pero sobre ese baldío hay una reja, y aferrado a esa reja un hombre siempre solo, sin más que ese paisaje sucio delante de los ojos. Pase usted por allí mañana al mediodía, mire hacia la reja, y sonría. Nada más. Al día siguiente, vuelva a pasar a la misma hora. Y al otro, y al otro…
I.- No comprendo.
M.- La peor angustia de la cárcel es el vació, que hace inacabable el tiempo. Cuando ese hombre vea que el milagro se repite, hasta las noches les serán más cortas, pensando: “mañana, al mediodía…”
Alejandro Casona. Los árboles mueren de pie. Escena 17